4 de febrero de 2019

Òscar Andreu: «Me han echado de mi piso de Sant Antoni para convertirlo en un ‘meublé'»

El humorista pide que Barcelona decida si quiere ser la capital de un estado o un ciudad de segunda clase en España.

Entrevista a Òscar Andreu en la revista Tot Barcelona. Realizada por David Cobo.

Òscar Andreu tiene 43 años. Su vida profesional mezcla actualmente una de cal y otra de arena. Acaba de embarcarse en una nueva aventura televisiva de alto riesgo con La nit dels Òscars, pero a la vez mantiene el sólido transatlántico de La competència, en RAC1. Todo acompañado de su inseparable Òscar Dalmau. «Le digo socio por no decirle novio», aclara desde el primer momento. Para hacer un vermut Miró, lo pone fácil, sólo pide que sea en San Antonio, el barrio donde vive desde hace más de una década. Así que visitamos el bar Casa Dorita y hablamos, sin rodeos, de política, humor y estafas inmobiliarias.

Hace dos décadas que vives en Barcelona. ¿Supongo que estarás empadronado, no?

Sí, y justo la semana pasada volví, porque acabo de cambiarme de piso.

Te mudaste con poco más de 20 años y te has quedado para siempre. ¿Qué te gustaba tanto?

Barcelona me daba la posibilidad de irse lejos, a pesar de que esté a menos de 30 kilómetros de lo que era mi casa. Fue un cambio sustancial porque, de repente, salía a la calle a las 9 de la noche, encontraba actividad y conocía gente de todo el mundo. Especialmente, la que quería hacer lo mismo que yo: escribir chistes. El incentivo de poder encontrarme estas personas era imposible en Terrassa.

¿Y el elegido para esta aventura fue tu compañero de estudios, Òscar Dalmau, desde el primer momento?

Sí, y nos instalamos en un piso detrás de la plaza Real. Estábamos en una calle pequeñísima que se llama Beato de Simón, que queda cerrado por una iglesia y donde mucha gente aprovechaba para hacer tirones de bolsos. O defecar, o mear, o colocarse con cola … Vivimos la Barcelona post-olímpica desde un balcón del Gótico estuvo bastante bien.

Bien, tampoco te has alejado tanto. Has acabado haciendo de Sant Antoni tu barrio. ¿Es por qué mantiene ese vínculo con el centro pero sin partir tanto el foco?

Digamos que ha sido una mezcla de casualidades y que me encuentro bien. Es el centro de todo y de nada. Prácticamente toca en la verdadera Eixample, queda cerca del Raval, la esencia de la ciudad vieja, está bien comunicado, entre plaza España y plaza Cataluña. Y tiene esa cosa de frontera, en medio de todas partes, que siempre tienes la posibilidad de huir.

Cuando vivías en Casanova con ronda Sant Antoni, pudiste disfrutar de las obras del mercado…

¡Hombre! Me las comí desde el inicio. Viví allí desde que pusieron el mercado provisional. Lo que ahora ha quedado una especie de superficie de hormigón muy fea. Podría parecer una especie de avenida post-apocalíptica, pero algunos días, en un cierto momento, el sol incide de manera clara y la gente aprovecha para pasear. Y a pesar de todo, es agradable, porque paseas sin la presión de los coches arriba y abajo.

Antes decías que habías cambiado de piso. ¿Qué ha pasado?

Porque me echaron. Mi pareja y yo estábamos de alquiler y el propietario nos explicó que un fondo buitre le expulsaba de donde él estaba viviendo y, por tanto, necesitaba el piso. Y claro, yo le compré la fórmula y le dije: ‘Hombre, y tanto, si un fondo buitre te echa de casa, yo me voy de lo que ha sido mi casa durante nueve años por ti. Me solidarizo y me voy ‘. Bueno, finalmente, resultó ser mentira.

¿Ni fondo buitre, ni propietario expulsado, ni nada …?

Exacto. A los dos días de haber hecho la mudanza me llamaron los vecinos para explicarme que ese señor no había ido a vivir sino que había montado un meublé. Es decir, que me habían echado de casa para montar un piso donde, probablemente y presuntamente, se dedican a otras actividades que no son la de vivir solo, vaya. Pero cuando me enteré ya había encontrado un nuevo piso en San Antonio y ya era tarde.

Retomamos eso del empadronamiento. Por qué si estás empadronado en Barcelona, puedes votar. ¿Cómo ves el camino de aquí al mayo?

Será divertido. Porque es un proceso muy interesante. Esta ciudad debe terminar decidiendo si quiere ser la segunda, tercera o cuarta ciudad de España o la capital de un país, y eso ya hasta el final. Lo debe decidir definitivamente.

¿Es lo que más te preocupa como barcelonense?

Es lo único que ahora mismo me preocupa de Barcelona. Quiero saber si esta ciudad quiere ser la capital de un estado. Y una vez tengamos hecha esta elección, también tendremos que encontrar cuál debe ser nuestra posición en el mundo. Si quiere ser un hub científico. Si quiere ser una Roma o Venecia, y dejar muchos espacios del centro absolutamente masificados. O qué quiere hacer con el tráfico, y decidir si se ha de pacificar el centro. Son debates serios que deben tener. Pero por encima de todo la ciudad ha de elegir si quiere hacerse mayor de edad. Es decir, responsabilizarse. Ser la ciudad de un proyecto mucho más grande. Especialmente ahora, que está preparada para ser la capital de un estado.

Por lo tanto, ¿has echado en falta un gobierno municipal más comprometido?

Sí, pero no viene de nuevo. No les ha ido mal. Lo noté especialmente el 1 de octubre. Ada Colau hace muy bien lo de tener un pie allí y el otro aquí. Y yo me quito el sombrero. Entiendo que tiene sus riesgos y que hay que ser muy inteligente para hacer este tipo de política de no querer mojarse. Y entiendo las motivaciones. Cuando quieres mantener tu espacio seguro, si hasta ahora te ha ido muy bien no mojarte, ¿por qué deberías hacerlo a partir de cierto momento? Cada uno que elija lo que pueda.

Tu te has mojado. No has solado eso de «la política para los políticos».

No, porque yo no dejo la política en manos de los políticos. Creo que este es el gran error. Y como humorista y cómico catalán que se dedica a la sátira, me dedico a poner en duda el poder. Ahora bien, para ello debes tener un mínimo conocimientos de política, tienes que saber sobre quién haces burla o cuáles son los elementos o ingredientes de tu humor. Y cuando haces sátira política los ingredientes de tu humor es la política y sus personajes. Y por lo tanto, tú también te conviertes en una especie de payaso que participa del discurso político. Y los catalanes tenemos la tendencia a canalizar la mala leche y la política a través del humor porque probablemente no hemos encontrado la manera de canalizarla por otras bandas o de hacerlo con libertad. Esto es significativo y, en muchos casos, también sintomático.

Vosotros lo hacéis, además, desde una silla privilegiada. Algunos periodistas han sentido que los jefes de programas de otras radios les dicen ‘A ver si nos lleváis un formato que sea la nueva Competencia’. Se ha convertido en un referente transversal. ¿En diez temporadas ha tenido tiempo de averiguar la fórmula del éxito?

Para entenderlo, hay que recordar de dónde venimos. Hace nueve años, llegábamos para sustituir el Minoría Absoluta -de Queco Novell, Toni Soler y Manel Lucas-, en que hacían imitación y sátira política. Cuando nos lo ofrecieron lo primero que dijimos es ‘mierda’. No sabíamos si estaríamos a la altura, pero teníamos claro que haríamos un producto diferente. Y hacer otra cosa pasaba, sobre todo, por crear unos personajes que no eran conocidos y formar un universo propio. Y por lo tanto, la gente ya no sentiría el Maragall, el Montilla o la Sánchez-Camacho, sino que unos personajes ficticios nos ayudarían a explicar la actualidad.

Aunque a veces habéis introducido al ministro Zoido o Justo Molinero.

Sí, o el David Bisbal en su día. Pero la base no era esta porque sabíamos que salíamos a perder si nos dedicábamos a las imitaciones. Si vas con las mismas armas a presentar lo que otros han destacado qué hacer durante 10 años es muy probable que caigas estrepitosamente. Así que tienes que proponer algo más o menos nuevo. Y, de hecho, también es una mentira, porque nosotros tenemos referentes, y lo que hacemos prácticamente es cogerlos todos y juntarlos. Una cata de Gomaespuma, uno del Mikimoto, uno de El Terrat … Y inyectarle después nuestra personalidad. A veces sale bien y otras no. Aunque me quedo en blanco de vez en cuando, y es horrible. Pero entonces llegan mis colegas y sacan el capote, y si pueden cebarse y humillarme, aún mejor.

Y hace cerca de treinta años que empezaste a hacer radio, ¿verdad?

Sí, con 15 años me inicié a una radio del barrio de Can Anglada, Radio Kaos. Era curioso porque siempre había la amenaza que vinieran los skins, que era como llamábamos los fascistas en aquella época. Y, por si acaso, teníamos un bate de béisbol detrás de la puerta.

Debe de ser un descanso, entonces, hacer radio en RAC1. 

Sí, es agradece saber que no te vendrán a apalear. Han cambiado algunos elementos, pero lo que no ha cambiado es el fascismo. Sigue siendo una amenaza.

Antes hablábamos de hacer cosas diferentes dentro del humor. ¿Has visitado El Soterrani?

Sí, este mismo enero. Fuimos con el Oscar, mi socio, mi compañera y unas amigas.

¿Y qué te pareció?

Que hemos pasado décadas de desierto y que ya era hora. Ver aquella gente que hacía humor en la lengua de mi país de manera natural y no folclórica, como diría aquel rey, me llenó de orgullo y satisfacción. Son inspiradores y deberían tenerlo todo pagado.

En cambio, tienen que ser chistes precisamente en El Soterrani ¿Crees que se podrían hacer las bromas que se hacen, ya no en un medio público, sino privado?

Quizás deberían elaborar las bromas de otro modo. Cuando te diriges a un público de 100 personas escondidas en un sótano, donde sabes que tendrá una proyección muy corta puedes decir determinadas cosas, lo haces de una manera. Pero cuando lo haces por una posible audiencia de más de 7 millones y medio de personas, tienes que saber que lo que digas quedará para siempre y se proyectará de manera infinita. Hay una cierta responsabilidad en lo que dices. Hay modulaciones en el discurso que hay gente que está dispuesta a hacerlas y gente que no, que también me parece normal y lógico.

Da la impresión de que los cómics, especialmente los americanos en que se inspira la nueva hornada catalana, no deben modular tanto su discurso en medios mainstream. ¿Por qué aquí si?

Sigo pensando que es cuestión de hacer un balance. Si tus chistes son tan terriblemente buenos que explotan en la cara del público y no saben por dónde cogerlos pero lo hacen reír, ya está bien. Si encuentras la alquimia entre no renunciar a nada, que esté bien dicho y además haga reír, lo has conseguido. Esta alquimia también es parte de ser humorista.

Te he leído decir que el límite del humor es que haga reír o que la censura va y viene y tiene épocas de mayor intensidad y de menos. ¿En qué punto nos encontramos?

En Cataluña la tenemos muy presente. Entre otras cosas, porque somos así. Hemos aprendido a decir las cosas con ironía y hemos destacado en este arte y eso en Madrid no te lo encuentras. La ironía puede terminar siendo una jaula para quien la practica.

O un narcótico…

Sí, hay una reflexión muy interesante del escritor David Foster Wallace sobre la ironía y cómo puede llegar a ser un opiáceo. Te puedes colocar con ella. La victoria moral por encima de la victoria verdadera. A mí, me gustaría muchas veces no ser tan irónico e ir más al grano.

En su nuevo programa en TV3, en La nit dels Òscars ha ido mejorando las críticas con el paso de las semanas. ¿Es el programa que querías?

Se va acercando poco a poco. El proyecto siempre es más excelente que cuando lo llevas a la práctica. Pero es verdad que a medida que haces más pantalla, se va pareciendo un poco más al objetivo. Es una lucha constante, pero es nuestro trabajo: conseguir que acabe siendo tan chulo como el que tenías en la cabeza. Todavía estamos en ese proceso.

Tampoco ayuda que le cambien los días de programación. Os han cambiado la fecha de algún jueves porque jugaba el Barça…

Sí, este es otro tema. El Barça será más que un club mientras Cataluña no sea más que un país.

Óscar Andreu hace el vermut desde siempre. «Es tradición familiar». Además, se fascina de las múltiples maneras que tenemos de llamar el ritual. «Vermut, picoteo, piscolabis, refrigerio … Con tantas maneras de decirlo sólo puedes tener confianza en un país que hace el vermut», comenta riendo. Es de las tradiciones «más bonitas y exitosas» de Cataluña y a él se la inculcaron los padres, cuando «salíamos de casa y visitábamos los bares y terrazas». «Recuerdo que cuando era pequeño, me pedía unas patatas y un cacaolat». Una mezcla que, por suerte, ha aparcado con el tiempo. Se confiesa bebedor lento y prefiere el vermut negro, pero no descarta alternar con otras bebidas más tarde, «siempre desde el sentido de la responsabilidad», apunta.

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